© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com


DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA

Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.


jueves, 17 de mayo de 2018

LESBOFOBIA

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

El acto de lesbofobia más reciente que recibí fue en una discusión hace unos días. Otra compañera y yo apenas comenzábamos a argumentar por qué era necesario que un espacio tal se mantuviera sólo para mujeres como espacio de seguridad. En tanto, la mujer que desea imponer a un hombre en ese espacio, pasó por todos los argumentos conocidos:
"No todos los hombres…", "también hay mujeres violentas…",
"éste sí es muy buenito, buen padre y amigo y ciudadano…", "yo respondo por él…"

En fin, nada nuevo cuando hablamos de un mundo en donde a las mujeres se nos enseña a poner nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra propia seguridad y bienestar y, por supuesto, la relación con otras mujeres, por debajo de la lealtad a ellos.

Cuando fue evidente por nuestros rostros que esos argumentos no nos hacían ningún sentido, lanzó la pieza maestra: “Es que yo no soy como ustedes (la compañera y yo somos lesbianas), a mí sí me gustan los hombres”.

Cubetada de lesbofobia en pleno rostro. Ese gesto de: ¡Tengo el argumento definitivo!, como si el que no nos “gustaran” los hombres nos hiciera de inferior valor o inferiorizara nuestros argumentos, como si eso nos silenciara.

Como si el pensar la construcción de espacios de autocuidado en un país de tal magnitud de violencia contra las mujeres fuera una idea descabellada, tanto que sólo a unas odiahombres, sólo a estas lesbianas, se les podría ocurrir.

“A mí sí me gustan los hombres” como gesto-enunciado deslegitimador de las otras, es un acto lesbofóbico porque establece jerarquía entre el argumento de la hegemonía heterosexual y las reflexiones, deseos, propuestas de quien no pertenece esa hegemonía y se aprovecha de esa jerarquía para negar o tratar de silenciar a la otra.

Al final, es cierto, de su lado tiene el poder de la heterosexualidad que sostiene al sistema y ella misma actúa como agente del sistema perpetuando la adoración al falo (al poder de la masculinidad).

Sin embargo, cuánto pierde esa mujer al negar la posibilidad de un espacio no mixto, cuánto pierde al desechar la complicidad con mujeres que podrían ser sus aliadas en la cotidianidad, cuánto pierde como mujer que perpetúa la mirada despectiva sobre las desobedientes.

Tras esta historia, y en el marco del 17 de mayo, y la importancia de nombrar, visibilizar y denunciar la lesbofobia, he venido reflexionando sobre que los actos lesbofóbicos cometidos por mujeres leales al status quo, no sólo lo perpetúan, no sólo es que violenten a las lesbianas; son atentados de las mujeres contra sí mismas, contra las alianzas posibles; autovigilancia que les impide cuestionar los mandatos impuestos para sí; impedimento para cuestionar el modo de vida en servidumbre, concreta o simbólica, al otro, a los otros e, incluso, para preguntarse sobre la propia heterosexualidad. La lesbofobia no es otra cosa que pedagogía de la docilidad.

Así, es necesario recordarnos constantemente que la lesbofobia:

1.- Es una represión política del régimen político heterosexual que nos hiere, discrimina y atenta contra el bienestar y la vida de quienes nos rebelamos, de quienes lo desafiamos.
2.- También, condena a las mujeres mismas que la ejercen, es veneno contra sí mismas, es el régimen introyectado en sus cuerpos y vidas.

Por ello, quiero aprovechar esta fecha para señalar que decir lesbofobia es, entonces, referirse a la opresión hecha palabra, acto y carne sobre sobre las mujeres todas.

jueves, 10 de mayo de 2018

HETERONORMA, RÉGIMEN HETEROSEXUAL Y HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA



Una norma es una regla u ordenación que varía de acuerdo al tiempo y al lugar en que se aplica, puede ser negociada o modificada de acuerdo a las necesidades de quienes la aplican o la siguen y se refiere a acuerdos en determinadas sociedades y contextos, como las normas jurídicas, las normas viales, las normas laborales, etc. 
Así, cuando para analizar la heterosexualidad y sus implicaciones en la vida de los individuos, usamos el concepto “heteronorma” acuñado por Michael Warner en 1991, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es una norma/regla/pauta, justamente, y cuando pensamos en la heterosexualidad como una norma, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es un arreglo o pacto de convivencia social. 
Sin embargo, no es justamente que la heterosexualidad pueda ser negociada, discutida o transgredida de la misma forma que los reglamentos urbanos, los reglamentos escolares o las normas del buen vestir en un evento social. Ver o enunciar como "norma" la vida en la heterosexualidad significa invisibilizar su dimensión política, de construcción y constitución de estructuras del mundo contemporáneo. Así mismo, significa que los cuestionamientos que se hagan a la norma no serán radicales, serán apenas reformas y posibilidades de convivencia desde “modificaciones a la norma”. Cuestionamientos que no irán a la raíz, porque no discuten la intencionalidad política de la sujeción. 
De ahí se desprenden discursos tan errabundos como el que se puede tener una práctica “heterosexual” pero “no estar heteronormada”, que toda práctica homosexual contraviene la heteronorma o que un sujeto sexuado masculino y una sexuada femenina pueden tienen una sexualidad no heternormada porque ella lo penetra a él y otros enunciados por el estilo que tienen las discusiones girando en torno a los sentires socialmente construidos más inmediatos y sus lugares comunes.
Ante ello, es preciso pasar a comprender la heterosexualidad en su dimensión estructural, como se podrían comprender la clase, la raza o el género. Al respecto, ya a fines de los setentas y principios de los ochentas, Monique Wittig acuñó previamente la concepción del “régimen heterosexual” y Adriane Rich mostró la “heterosexualidad como obligatoria”.
Dimensionar el “régimen heterosexual”, nos permite mostrar que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad que controla a las sociedades contemporáneas, asignándolas a existir en dependencia y a agruparse por parejas en donde se asignan distintas tareas de la producción y reproducción según el sexo/la presunta capacidad paridora de cada individue. Así, el lugar estructural de la heterosexualidad le confiere un poder organizativo de la vida en sociedad, por lo tanto, ese poder es político.
Me interesa señalar el régimen heterosexual actúa sobre todes les individues sosteniendo hoy el modo de vida capitalista, pero que sobre la vida de las mujeres se inscribe además en forma obligatoria. Sería pues, la “heterosexualidad obligatoria”, la Institución patriarcal que por medio de mecanismos de disciplinamiento y control naturaliza la heterosexualidad como “deseo” para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones (Rich, 1985: 11) y yo agrego: con el fin de mantener- por medio del trabajo de los cuerpos de las mujeres, su presunta capacidad paridora y sus cuidados y afectos- los sistemas económicos y políticos que en esta lealtad y servicio se sostienen.
Sin estos elementos mínimos de comprensión política, no estamos hablando de discusiones radicales porque no se va a la raíz, mucho menos de discusiones lesbofeministas.
Buen día.

LAS COMADRES

Tengo una hija que aun cuando es mayor de edad, aun depende económicamente de mí, porque es estudiante. En fin, que ella llevaba un tiempo con la cabeza color amarillo paja, parecía personaje del Mago de Oz, porque se decoloró el cabello para pintárselo de morado y cuando se acabó el tinte no le alcanzaba para comprar más y yo no le daba dinero fuera del presupuesto porque mi estrategia "pedagógica disciplinaria" es que "si tu cuerpo es tuyo te toca resolver lo que haces con él". 

Entonces, vinieron mis compañeras lunas y le dieron dinero para que se comprara el dichoso tinte y le alcanzó como para cinco tintes y ahora su cabeza es azul. 

Fue cuando me puse a pensar en cuántas veces mis estrategias pedagógicas han quedado arruinadas por mis amigas y aliadas políticas y debo reconocer que eso ha sido siempre, siempre,pero siempre. Y, quiero agradecerles a todas por ese arruinamiento, a todas mis comadres. A las de ahora y a las de toda la historia de crianza. 

La comadre, las comadres, son esa que co-materna con una. Aquella aliada indispensable que da consejos, ayuda a bajar la fiebre o a coser un disfraz de abejita cuando la otra, como yo, es bastante torpe en manualidades. 

Mis comadres han sido del mundito feminista y lesbofeminista porque es donde yo me muevo, así que sus habilidades comadriles han sido no siempre tradicionales, pero siempre útiles, generosas y bienvenidas. Así, alguna le enseñó a leer, otra a pintar las paredes - a intervenirlas, según ellas- con acuarela y otras pinturas varias. La sexologa le habló de sexo y el día que salió de "Adelita" en el festival escolar, hubo una asamblea para decidir si llevaba un arma o no, pues había unas que decían que sí, que a las mujeres se nos han negado históricamente las armas y otras que decían que la revolución no requería armas. (Al final, usó un rifle de palo, como los zapatistas que era lo que ella quería desde el principio). Igualmente, tengo fotos de la feminista más radical de la ciudad, con flores en el cabello y cargando una piñata de Fiona para un cumpleaños. 

Todas estas historias las cuento para recordar y recordarme que he tenido una maternidad muy placentera y privilegiada, pero que esta maternidad gozosa no habría sido posible sin todo el ejercito de comadres que han acompañado esta crianza, incluida mi tía y mi hermanita. Como dice mi hija, le ha tocado una maternidad colectiva. Por ello quiero aprovechar la fecha-excusa y decirles: infinitamente, gracias.

Gracias por arruinar mis intentos de disciplina y convertir el proceso en un ejercicio libertario y gracias por los ratitos o por los años que han estado. Nos hemos equivocado a veces y se ha inmiscuido gente malvada, es cierto, también, que ha habido tiempos de dificultades económicas y desacuerdos, pero, salvo lo que dirá ella al paso de los tiempos, la balanza parece ser favorable. Gracias por los cuentos, por los carritos de control remoto y por las criticas de frente cuando les parecía que yo metía la pata y por la ayuda toda. Gracias por el co-maternaje, las madres necesitamos manada para la crianza.

Finalmente quiero decir, desde mi privilegio, que ojalá todas las mujeres puedan elegir si desean la maternidad y que si la eligen, se acerquen mil comadres amorosas y que deseo sinceramente que acabe pronto esa campaña pseudoprogre de niñafobia donde parece que una niña por portarse como niña es insoportable, pero si lo hace un adulto es transgresor o donde les parecen que les pequeñes estorban por hablar o existir en el mismo espacio o donde se argumenta que les niñes son ladrones de vida de las madres y se rechaza a les pequeñes castigando y alejando así a las mujeres por su maternidad. Yo quiero afirmar que quien roba la vida y la alegría de las madres es la heterosexualidad obligatoria y el capitalismo que condenan a las madres a atender a los hijos y al marido aisladas de otras y en servidumbre. 

Hoy brindo por maternidades elegidas, colectivas y gozosas para todas las que quieran. Ojalá.

lunes, 7 de mayo de 2018

MADRE

Mi madre fue una mujer que trabajó para construir una casa, para criar a su hija e hijo y para sostener de muchas maneras a su marido en sus aventuras de “revolucionario, rebelde”, “libre”, decía él. Era sólo un macho progre. Yo me tragué el cuento muchos años. En el discurso, él era el héroe, ella la de gustos pequeñoburgueses (tan pequeñoburgueses como comprar comida para toda la semana y jabón limpiador).
En fin, lo que quería contar es que ella casi no disfrutó de sus crías porque la pasó trabajando todo el tiempo, hasta que su cuerpo y la esperanza se le agotaron tanto que murió. Salía a las siete de la mañana, volvía a las nueve de la noche, volvía a una casa fuera del área metropolitana, porque fue la que pudo pagar. Trabajaba mucho y en zapatos de tacón alto y con ropa incómoda, la “buena presentación” que le exigía su labor, todo el día. Aún con todo ese trabajar, nunca ganaba demasiado, había muchos lujos que no se podía dar, que no nos podía dar. Por ello, cuando una compañera de trabajo le ofreció juguetes de marca comercial en pagos, quiso aprovechar la oportunidad y pidió un conjunto de muebles para muñeca, que a ella le pareció “elegante”. Se trataba de una salita de estar armable con platos y tazas de plástico y otros accesorios. 
Cuando terminó de pagar el juguete, se lo entregaron en su trabajo. Parece ser que, en algún momento del trayecto de vuelta a casa, ella se quedó dormida en el transporte público y se abrió la caja desparramándose el contenido. Cuando despertó, ella creyó recoger todas las piezas y se fue a casa.
Al abrir la caja y armar el juguete, faltaba una pieza, el respaldo del sillón. A mí, que tendría unos diez años, me gustó mucho y no me importaba la pieza faltante, la cubrí después con un pedacito de tela. Sin embargo, recuerdo su rostro de desilusión, de frustración, tengo la imagen grabada. Habría querido ser yo la madre y acunarla y decirle que todo estaba bien, que ese trocito de fiesta roto no acababa con la fiesta. 
Ahora entiendo lo que implicaba, las horas de explotación laboral, la doble jornada, la angustia por los niños solos en casa, las horas de ida y vueta en el periférico hacia el trabajo, los años pasando, el agotamiento del cuerpo y, en tanto, el gustito único saboteado, entiendo, ¡vaya que entiendo! 
Yo misma me recuerdo, hambrienta después de una larga jornada de trabajo y tratando de decidir entre comer algo en ese momento o no comer para poder correr a la guardería a recoger antes a mi niña para lograr estar un ratito más, besarla, jugar con ella antes de que se quedara dormida y recuerdo, también, llorar por la frustración ante el embotellamiento vial saboteándome esa media hora tan preciosa.
Ayer vi en las redes una imagen, parece ser que es viral y que hay a quien le parece graciosa: Es una mujer con ropa que me recuerda a una oficinista y que en el tren se quedó dormida y se le cayó una pizza grande que está arruinada en el piso.
Para mí, la historia alrededor no es difícil de imaginar: El cansancio, la cena que no va a llegar a casa, su desilusión y frustración cuando despierte, la sensación de torpeza, quién sabe si le queda dinero para comprar más comida...
Sólo quiero decir que cuando pienso en el feminismo y en el lesbofeminismo, pienso en esas nosotras, en mi madre, en mi hija, que creció en la guardería mientras yo lograba llegar, en la mujer de la pizza, en la señora que carga pacas enteras de periódicos, en la compañera que trabaja en fábrica de telas y respira tinturas, en mis amigas, en mí. 
Pienso en todas las sobreexplotadas por el sistema patriarcal en su manifestación capitalista; en las que se ocupan de sostener las casas con su trabajo productivo y reproductivo; en las que siembran futuro para otras, por ejemplo, para que sus niñas vayan a la universidad o tengan opciones y puedan soñar con que ningún patán se aproveche de su trabajo y cuidados; en las que antes de salir de trabajar o al volver del trabajo son violentadas por el marido o por el padre o por los familiares celosos o posesivos o envidiosos, o exigentes del trabajo asalariado de ellas; pienso en todas las que nos quedamos dormidas en el transporte público y hemos perdido cosas tan valiosas como el tiempo nuestro, como el tiempo para preguntarnos por el sentido de la vida y darle sentido al estar vivas.
En tanto, se viene el 8 de marzo y tanta gente progre está ocupada en protagonismos, en qué va a decir y quien va a decir sobre las mujeres o cómo dejar de ser mujeres o cómo desaparecer a las mujeres del centro del feminismo; o bien, discuten por el tamaño de su pancarta y el numero de visualizaciones del cartel de su colectiva en las redes; algunas aquí se preparan para el viaje fast track, las que pueden pagar el pasaje a Chiapas, que no serían mi madre ni la señora de la pizzas, eso seguro; hasta discusiones que miro en sitios institucionales sobre el paro que en párrafos enteros no nombran a quienes paran y veo, también,dramas en colectividades por quien va a tomar el micrófono en alguna marcha (hombres propuestos incluso) … 
En fin, que tengo nostalgia y ganas de recordarme y recordarnos que el 8 de marzo es el día de las mujeres trabajadoras, no de las dibujadas y esbeltas siluetas en el cartel/afiche con un casco de obrera en la cabeza y un desarmador en la mano, hablo de todas las que nos hemos quedado dormidas en el transporte o llorando de frustración por las primaveritas rotas, de las que no recibimos salario por nuestro trabajo que genera riqueza al mundo, de las desempleadas por protestar todo el año, de las que están muy cansadas, pero no tienen pensión para el retiro… Que hay otra propuesta que también importa y es encontrarnos entre nosotras y para nosotras, que es necesario rebelarse al despojo de la palabra “mujeres” y de la palabra de las mujeres para proponernos entre nosotras, entre las protagonistas de estas historias, con la que está sentada al lado en la oficina, en el salón de clases, en la fila de la compra del pan, en el bus, planes concretos y exactos para escapar del sistema depredador que nos va masticando en cada cabeceada en el tren, un poco cada vez.

CÓMPLICES

El asesino de Dulce Cecilia en Querétaro tenía 14 años, era "un niño" pero después de violarla y ahorcarla, enredó un alambre en su cuello para asegurarse de que estuviera bien muerta. ¡Qué cándido niño! 
El feminicida de ayer en Reforma 222, tenía 35 años, "estaba dolido", "No soportó el que le quisieran pelear la custodia del hijo", "trató de suicidarse", ya apuntan algunos medios para justificarlo. Sin embargo, el tipo se aseguró de herirla a ella tres veces en el tronco y de herirse a sí mismo una vez en una zona no vital. ¡Manipulador asqueroso!
No son casos extremos, todos los días pasan múltiples situaciones similares, algunas son convertidas en fenómenos mediáticos y otras no, depende del morbo de los periodistas ese día. 
Por ello, cuando nosotras decimos: hay una cultura feminicida, y nos responden que estamos exagerando o que "no todos los hombres" o que la culpa es de las mujeres por no saber educar-controlar o dejar de provocar a los hombres; lo que están haciendo es invisibilizar el genocidio actual en contra de las mujeres.
Aquí, lo que me interesa apuntar es que quien permanece impasible, quien oculta, quien guarda el secreto, quien minimiza, quien justifica, quien elige la comodona neutralidad, quien espera a ver de qué lado pesa más la balanza, quienes hacen mofa del dolor y de la muerte, son cómplices. Cómplices activos del que se da el lujo de violar y estrangular a una niña y que en tres años estará libre porque es menor de edad, cómplices activos del que dispara a plena luz del día a una mujer que decide dejarlo, porque ahora mismo está ya siendo disculpado por el entorno que habla de crímenes de pasión.
Nos matan porque pueden, por eso nos matan.
Si no dejamos de inventar atenuantes a cada violador, agresor, asesino, somos parte activa de la impunidad, somos pilares de la cultura feminicida y no hay excusa

NO DEBERÍA SER

Por Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Estamos comiendo felices en la mesa de mi casa. Mi hija de 19 años tiene un pie descalzo en el borde de mi silla, tocando mi pierna. Miro ese pie cubierto de tela que parece una especie de animalito extraño y tierno moviéndose alegre a mi lado. Le pregunto de dónde salieron esos calcetines tan bonitos -color mamey con puntitos café- y me cuenta que se los regaló una de sus tías.

Yo no se los había visto. Luego, le pregunto de dónde salió esa blusa tan colorida. Esa sí la había visto, pero quería saber quién se la dio o en dónde la compró.

Ella se pone seria y me responde con preocupación: 

- Mamá, no te distraigas. Tienes que fijarte bien, saber cómo es mi ropa. Qué tal que un día soy de las que no regresan. Necesitas saberlo. Acuérdate también de que tengo tres perforaciones -señala sus labios y oreja- y la cicatriz en la barbilla y… 
Le digo que se calle, que no me diga eso horrible, que se coma el arroz.. 

- Mamá…tú sabes. 


Me quedo toda dolida. Las chicas no tendrían que vivir un México -ni un mundo- así, recordando a su gente sus señas particulares ni preocupadas de que sepan qué ropa llevaban puesta, ni vivir bajo la sombra del “si no regreso”. 

Lo que mi hija no sabe, es que, desde hace años, cada vez que la acompaño al metro, cuando se marcha a hacer sus actividades y la despido con un beso,me fijo bien en su ropa, en la mochila que utiliza y en cómo lleva el cabello. 

Las madres no tendríamos por qué vivir memorizando el vestuario de las hijas. No tendríamos que vivir ese terror que se siente cuando es una chica cercana la que "no aparece"; no deberíamos temblar si las hijas tardan un poco más; no merecemos sentir nudos en el estómago si no responden el celular; no es justo pelear con ellas si llegan más tarde sin avisar; no es digno ese respirar con alivio cuando aparecen, por fin, en la puerta ni ese alivio tiene que dejar de ser alivio y doler tanto pensando en las que no alcanzaron a volver hoy. 

No, no podemos vivir así, enumerando a nuestras caídas.
No podemos vivir como ciervas en este territorio de caza.
No quiero esto para mí, no lo quiero para ella, no para las que vienen ni para ninguna.

DESDE DÓNDE

Es muy triste cuando algunas mujeres, feministas y no, creen que las separatistas actuamos desde el odio o rencor a los hombres y no alcanzan a ver que no tenemos tiempo ni espacio ni vida para el odio o el rencor; que si eso nos moviera no estaríamos resistiendo desde la alegría. Privilegiamos a las mujeres, al encuentro, cuidado, acompañamiento y pensamiento entre mujeres, no por odio a otro (sólo para quienes están fuera del separatismo el otro es el eterno referente); es por amor, amor, cuidado y reconocimiento a nostras y entre nosotras. Esa diferencia es toda una munda de distancia.

miércoles, 2 de mayo de 2018

LAS JAURIAS DEL PATRIARCADO

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Los porkys en México, la manada en España, los aficionados al futbol en Chile… todos violadores en grupo. Aún con su reciente exposición mediática, no son, en forma alguna, fenómenos extraordinarios. Son la encarnación de la homofilia, el amor y lealtad entre hombres que permite y exige el patriarcado para seguirse renovando y existiendo cada día. 

Nuestros cuerpos, los cuerpos de las mujeres, humillados, violados, torturados y/o asesinados son un mero objeto/vehículo, excusa para sus rituales homoeróticos en donde se aman y erotizan penetrando, hiriendo, tocando a otra, con toda su frustración acumulada porque las prohibiciones del régimen heterosexual no les permiten tocarse o penetrarse entre sí.
Así, apropiarse real o simbólicamente de nosotras, es un ritual de erotismo, afecto y alianza entre ellos. Por eso, no ha de sorprendernos cuando -entre hombres- ven sólo a unos “muchachos divirtiéndose” mientras le destrozan la vida a otra persona. Es que, en el fondo, aun cuando algunos elaboren un discurso progre, ante toda razón y por sobre toda empatía no ven en una mujer a otra persona, no tan persona como es otro hombre, como uno de su manada/jauría de hombres.
El centro del poder de los hombres es el amor entre ellos y los distintos actos amatorios entre ellos. Si reconocemos que el amor entre hombres es el que sostiene la vida en el patriarcado tal como la conocemos, entonces, nos es posible mirar como las “jaurías” se replican una y otra vez, en todos lados, a nuestro alrededor.
Están donde los machitos del barrio se dan palmadas en la espalda, acosando a las mujeres que pasan por la esquina de la calle; en los “compañeros” del sindicato o de la organización que insisten en negarse a dejar que sea la compañera la que tome el micrófono y hable desde qué significa el ser trabajadora y no trabajador; en los docentes de la universidad que acosan a la maestra “feminazi” por atreverse a llamarles misóginos, sobre todo, porque es cierto; en el grupo de abusones en la escuela primaria, en el de la secundaria y en el de estudiantes de media y de superior que se ponen de acuerdo para emborrachar a las alumnas y así poder tocarlas y violarlas cuando están en estado etílico; en los abogados y jueces tan comprensivos con los motivos de otros hombres abusadores y violentadores; en la forma en que los periodistas culpabilizan a las víctimas y son empáticos con los asesinos; en el tío que enseña sólo a los chicos a jugar fut y deja a las niñas mirando; en los trolls que atacan estos posts en grupo; en los protectores de agresores denunciados; en los compañeros de oficina que sabotean a las mujeres jefas, compañeras y subordinadas; en todos los que nos llaman locas, histéricas, malcogidas como intento por callarnos. No necesitan, ni siquiera hablarlo entre ellos, ya se reconocen, se huelen, se saben las tácticas. Las jaurías están en todas partes. Es preciso comenzar a reconocerlas, nos va la vida, la libertad y el futuro en ello.

LEGALIDAD PATRIARCAL

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Yo me niego a hablar de eso que nombran “justicia patriarcal”, porque implicaría que consideramos que en el patriarcado hay alguna posibilidad o forma de justicia y esa es una falacia.

Lo legal no necesariamente es lo justo y, menos, en donde las leyes las aplican quienes empatizan y son aliados en los sometimientos a las otras y a los más desprotegidos. 

Lo que hay en el patriarcado es "legalidad patriarcal", que deviene de las leyes que han creado los hombres, el mundo en masculino.
Esos que se aman entre ellos y que por cientos de años han encontrado la forma de justificar a los ladrones capitalistas que se devoran los bosques y contaminan el agua, incluso, condenando a las defensoras de la tierra o permitiendo la impunidad a quienes las asesinan; esos mismos que dejan en libertad a los feminicidas o les dan pocos años de prisión para que puedan seguir asesinando a otras y en México, al menos, son responsables del territorio sembrado de nuestros cadáveres. Esos son los capaces de encontrar justificables los crímenes más atroces en nombre del honor, de un rapto pasional o de encontrar “jolgorio” en el video de una violación.

Hablemos de legalidad patriarcal y estaremos todas claras de que se trata de la institución que no nos sirve a nosotras.
Si bien, sabemos que, ante esa institución y sus leyes, necesitamos a nuestras abogadas feministas para que nos ayuden a liberarnos de sus garras cuando nos persiguen, cuando quieren arrebatarnos a nuestros hijos e hijas, cuando otros las quieren usar para castigarnos por no ser lo que sus leyes, morales o escritas, dicen que debemos ser; una vez más, comprobamos que urge dejar de esperar algo de la maquina legaloide, pues no es ahí en donde la justicia que necesitamos, la vayamos a encontrar.

Las leyes no son justicia porque están escritas por los que mandan y son trucadas por los hombres, por los ricos, por los poderosos… el pacto patriarcal es entre ellos mismos.

La justicia no está ahí, es otra cosa, todavía no nos llega a tantas. Habrá que comenzar a pensarla en nuestras cabezas y fabricarla con nuestras manos.

SEPARATISMO

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

1.- No todos los espacios de mujeres, o sin hombres, son espacios separatistas.

El patriarcado ha asignado históricamente espacios designados para las mujeres. Algunos de castigo o de aislamiento, como en muchos casos fueron los conventos de monjas. Otros, destinados para la realización de los trabajos socialmente asignados a las mujeres, de los cuales incluso se regodea en sus discursos: “las mujeres a la cocina”. No obstante, que la resistencia real y simbólica de las mujeres ha logrado resignificar algunos de ellos, convertirlos en refugio y hasta en lugares de alianza y/o donde explorar nuestra creatividad. Sin embargo, aun cuando los reivindicamos por la experiencia de resistencia que implican, no son lugares de autodeterminación


2.- No todos los espacios no mixtos son separatistas.

Cuando las mujeres elegimos reunirnos entre nosotras, bailar y cantar entre nosotras, hablar para nosotras, reconocernos y debatir desde nosotras, sin la tutela masculina: Es un espacio político, sea explicitada o no esa politicidad, y es una pedagogía excelente organizativa para las sociedades enteras. Pero, no es un espacio separatista cuando no contempla un proyecto de cuestionamiento al régimen político que impone la obligatoria relacionalidad 
entre hombres y mujeres fuera de esos espacios acotados.


3.- Hoy, cuando las lesbofeministas y aliadas nos planteamos separatistas, lo estamos haciendo desde la expresa propuesta política de independencia de un régimen político opresor -Porque esa apuesta independentista es el sentido potente del separatismo-.

Ya no consideramos a la heterosexualidad una institución solamente, si no que reconocemos su lugar fundamental en la estructura del sistema mundo patriarcal. El régimen político de la relacionalidad socioeconómica sustentada en la obligación sexoafectiva y parental entre los hombres y las mujeres.

Sobre todo, es precisa la independencia de la heterosexualidad obligatoria, de la compulsión socioculturalmente creada en las mujeres a vivir siendo el complemento y en el cuidado no recíproco del otro, de los otros. Cadenas que pesan expresamente sobre aquellas con cuerpos con presunta capacidad paridora. Es decir, sobre los cuerpos a los que, al nacer, ya que sus características anatomofisiológicas parecían posibilitar el engendrar y parir al crecer y, por lo tanto, socialmente, se les prospectó el destino de madres, fueron asignados cuerpos del sexo femenino. Cuerpos sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico.

Ante lo expuesto, la propuesta separatista construye ideas, artes, espacios físicos, virtuales y simbólicos de mujeres que han dado la vuelta a esa construcción de “mujer” sobre el cuerpo en donde se ha prospectado la capacidad de parir y la obligatoriedad de servir, para reivindicarlo en el lugar de esta historia de resistencia política. Desde aquellas que fueron asignadas servidoras en el patriarcado, que han resistido y, finalmente, le han disputado su cuerpo -su cuerpa ya- y desde la autodeterminación han creado otras subjetividades para encontrarse, acompañarse y aliarse entre ellas, entre nosotras.

Tomado de Apuntes sobre lesbofeminismo: Notas sobre separatismo de Patricia Karina Vergara Sánchez en:









APUNTE MEXICA

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Aunque sé que muchas son conscientes de esto, quiero enunciarlo: cuando algunos de los abuelos y algunas de las abuelas de la tradición mexica nos insisten en que la vida en dualidad (hombre/mujer) es indispensable para nuestra realización como humanas o para ocupar nuestro lugar en el calpulli, no están compartiendo ningún saber ancestral, el que habla es el doble patriarcado condicionándonos a la heterosexualidad obligatoria y al servicio en “complementariedad” al otro. No somos una esencialidad de lo femenino ni la mitad o lo dual de nada, somos guerreras mexicas, multifacéticas y completas en nosotras mismas.